La esperanza, como utopía, es una manera de avanzar hacia Dios, aun cuando lo metafísico sea negado. Muchos autores han escrito sobre ella; algunos, como Karl Popper, la han desterrado completamente, mientras que otros han entendido que erradicarla es, en sí mismo, una cuestión utópica. La utopía y la esperanza, como decía el profesor Ernst Bloch, van de la mano.
La esperanza y la incertidumbre
La esperanza implica la valentía de avanzar hacia lo incierto. No se trata de desprenderse de la utopía, pues esta fecunda la fuerza espiritual, sino de nutrirse de ella, avanzando con la felicidad que trae la convicción de que Dios está esperando. La esperanza se manifiesta en la valentía de avanzar hacia lo desconocido, vislumbrando el reino, no en el horizonte, sino en la liberación del espíritu y de la carne.
Negar la utopía suele encubrir formas profanas. Es el culto al fetiche, la aceptación de la condición de esclavo. En cambio, la afirmación utópica es la proclamación de un nuevo mundo que surge de un reflejo intermitente y confuso, pero que permite encontrarse ajeno a sí mismo. Tampoco es la lucha por el reconocimiento (como sugiere Axel Honneth); es algo previo: aquello que funda la conciencia de la negación, el hastío de ser un ser humano humillado, esclavizado, abandonado y despreciable.
Jobs y el reino de la esperanza
Aquel Job, de conducta firme y fe inquebrantable, fue puesto a prueba por Dios. Él permitió que Satanás lo sometiera a las más duras penas, con el fin de que renegara de su creencia y su fe. No solo perdió sus riquezas y sufrió las peores enfermedades, sino que también vio morir a sus hijos y desintegrarse su familia.
Podemos observar que Job, de alguna manera, fue sometido a una injusticia metafísica, pues no pudo (ni lo hizo) hallar un argumento racional para su martirio. Si la pena es divina, la razón sucumbe. No se anula, sino que se asienta en la fe. De manera que, sin fe, la razón pierde su astucia, su carácter creador y su capacidad de servir a la liberación. El principio de la esperanza nace en el abismo de la ruptura y guía el pensamiento como el timón a un barco. No es un sueño estéril perdido en la profunda noche; es el sueño diurno, la contemplación de los despiertos ante la miseria, con los ojos del amor. Es liberación, anhelo de justicia.
Job razona sin encontrar fundamento; no comprende su desgracia. No encuentra en su conducta la falta moral que merezca tal castigo divino. Vislumbra la injusticia, pero no reniega de Dios, es decir, no pierde su esperanza. Sin embargo, la negación habría significado el fin de su lucha, el cese de su esperanza y el comienzo de la resignación. Su sufrimiento reabre el anhelo de paz y da sentido a su caminar.
Finalmente, en Job 42:10, Job recibe redención:
«Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job» Job 42:10
El mapa de la esperanza
Encontrarse en el desierto puede ser el principio de la resignación, pero también el de la esperanza. La garantía no está escrita ni es objetiva; la garantía se fecunda, paso a paso, en el entendimiento posterior de una fe genuina. La esperanza no asegura la llegada, pero tampoco la niega. Es esa utopía creadora que transforma al ser humano humillado, esclavizado, abandonado y despreciable en un ser con sed de liberación.
“Se emancipa el hijo para ser como su padre, para llegar a ser lo que ya era; se libera el esclavo para estar en un nuevo mundo en el que nunca estuvo» Antonio Negri
La esperanza no resigna al desgraciado a vivir desgraciado, lo invita a ser un diurno soñador cuyo último aliento lo hallará enamorado de la justicia. Lo divino está ahí para quien lo quiera ver, es ese el principio de esperanza.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Juan 6:54
Ello es la base espiritual, un pueblo esperanzado.