Las puertas del cambio.

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“La puerta del cambio solo se abre por dentro”.

 El mundo objetivo en el cual se mueve la ciencia es una conclusión teórica a partir de una experiencia fundante que, por otro lado, Franz Hinkelammert nos dice que es una experiencia de vida o muerte[1], ni más ni menos. Por tanto, tal abstracción (objetividad) como un a priori a la experiencia suprime la vida y la muerte.

 La experiencia es un hecho (golpearse la cabeza o abrirse una herida), por lo tanto no se está situando todo en el plano de las interpretaciones, aunque dicho hecho ya esté interpretado cuando se experimenta. Profundicemos.

Para entender un poco mejor (con precisión, no con facilidad) lo antes dicho usaremos el discurso filosófico de la filosofía de la liberación[2] en referencia a la fenomenóloga (el cual desarrolla para luego criticar) y empezaremos hablando de una categoría de categorías, una totalidad de totalidades: Mundo (Welt).

El Mundo según M. Heidegger, es lo que Gerald Edelman y Giulio Tononi llaman el presente recordado (se sujeta a la conciencia de orden primaria) y el divorcio del presente recordado (se sujeta a la conciencia de orden superior), una totalidad de experiencias (que incluyen la capacidad de crear conceptos del tiempo pasado y futuro). M. Heidegger nos habla de un Mundo como totalidad, a lo que Enrique Dussel llama “totalidad de Entes con sentido”, el horizonte cotidiano que habitamos.

 Cuando nos referimos a Entes (en el sentido Husserliano) no hablamos de un acceso directo a la Cosa real sino que lo hacemos como fenómeno (como se manifiesta, ya sea pura apariencia o como la Cosa es) que es ya un Ente con un cierto sentido y, como diría Gerald Edelman, lo hacemos neuronalmente (el fenómeno sucede en el cerebro, pero no es cósico salvo para el materialismo ingenuo). También, cuando decimos Ente no siempre referimos a una Cosa real sino que puede ser un puro Ente de razón (un ángel), aunque después se pueda representar, por ejemplo, artísticamente.

En la filosofía de la liberación a la totalidad de Cosas reales se las llama Cosmos (aunque el conocimiento del Cosmos sea una deducción teórica producto de un cerebro inteligente, no se suprime su existencia. No somos idealistas). Cuando el sujeto experimenta el Cosmos se dice que lo hace desde el Mundo (desde el sujeto cognoscente el mundo está antes que el Cosmos), desde sus experiencias, por tanto, el sujeto (dentro de una comunidad) no experimenta ni experimentará la totalidad del Cosmos (tendría que ser Dios para hacerlo) sino que lo hace crecientemente en pequeñas fracciones a largo del tiempo. La denominación del Cosmos en el Mundo, le llamaremos Universo (varía según la cosmovisión, ya sea en una dirección u otra).

Entonces el sujeto com-prende la totalidad -el Mundo, pues, totalidad de Entes con sentido-, está “dentro”, es un todo a priori del cual partirá su interpretación primera (o comprensión derivada) sobre (a partir) del Ente que está dado (ya tiene un sentido cuando se lo interpreta: está cubierto) y que me permitirá descubrir el sentido de la Cosa en tanto tal y luego direccionar (constituir el sentido. Husserl dice que la intención del sujeto constituye el sentido de) según sea un proyecto u otro.

Sin embargo, y acá tomamos nuevamente a Franz Hinkelammert, cuando nos referimos a la Cosa como algo real independiente del sujeto (F. Hinkelammert le llama el mundo objetivo), necesariamente lo hacemos desde la subjetividad o, para ser bien preciso, y en miras de este discurso, la Cosa siempre aparece como Ente en el Mundo, por tanto, la objetividad es de tercer nivel ya que cuando se toma algo como objeto de estudio, antes ya ha aparecido como Ente y por tanto dentro de un Mundo que le da sentido. Aquí es donde decimos que la objetividad es abstracción (si se toma como un a priori), es producto de un cerebro inteligente con conciencia superior que nos permite teorizar lo ya experimentado y no experimentar lo teorizado como un a priori. No es cómo proponen G. Edelman y G. Tononi que a veces el comprender como teoría antecede el hacer sino que siempre el comprender como teoría es reflexión teórica a posteriori. Por tanto, de ninguna manera es la teoría anterior a la experiencia (de paso, sin vida no hay teoría y la muerte es el fin, entre cosas, de la teoría).

Cuando hablamos de objeto a priori proseguimos a analizarlo desde el YO del ego cogito cartesiano y encantamos (fetichizamos) el mundo porque no es la primera experiencia como queda demostrado. Muy diferente seria abordar al objeto desde el Mismo, que ya supondría la primera ruptura con la ingenuidad del objeto como Cosa real o la absolutización del Yo pienso -con respecto al Mismo- u otro tipo de absolutización de esa mismidad (una razón mítica, no analítica, que justifique la muerte o conduzca a ella); daría un panorama diferente, aunque no suficiente. Aclararemos un poco el tema en el siguiente apartado.

La puerta del cambio solo se abre por fuera.

En esta primera aproximación hemos recorrido fugazmente la ontología, importante si se la ubica respectivamente, pero una justificación de la guerra[3] si se la ubica como una relación primera, relación ontológica o una relación de dominación.

El encantamiento (fetichismo) de la ontología (p.e: el apriorismo de la objetividad) por el sujeto cognoscente, se esfuma cuando aparece un Rostro, ya no un Ente que puede ser subjetivado y objetivado y, por tanto, reducido al entendimiento del Mismo (que incluso llega fetichizarse en su mismidad, su alteridad interna, se afirma como idéntico Yo negando el “para Sí” que podría llevarlo a buscar el camino del desencantamiento. Se afirma en apostasía, niega sus propias alteraciones y se consagra homónimo).

El Mismo es interpelado por un rostro que pone en cuestión toda la magia del entendimiento, rompe el cuarto de cristal en el que cómodamente piensa.

“Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa.”.

La cuestión ya no se esgrime como Entes que aparecen y por tanto determinados por el Ser sino que tendremos que hablar de un Ente sin espesor de Ente[4], que no aparece en el Mundo sino que se Revela como Otro. No hay des-cubrimiento sino epifanía. El fin del encantamiento del Mundo como totalidad totalizada totalizante: Exterioridad.

El Otro no es un mero Ente o Cosa con sentido que aparece y que se puede describir y utilizar, no sin deshumanizarlo (y antes deshumanizarse el Mismo) para luego alienarlo ¿Cómo es posible que el Ser que trasciende al objeto cuando es Otro (que no es alter ego) se vuelva objeto?

Ello no es posible. Decimos que el Otro, con respecto al Ser de la ontología, es Metafísico. Por tanto, no hay reducción posible de la distancia entre el Mismo y el Otro, no se pueden acoplar y por tanto no es posible ni subjetivar ni objetivar al Otro, no es posible abordarlo como lo venía haciendo la fenomenología. El Otro no retorna al Mismo sino que es él el que lo pone en cuestión desde un afuera como exterioridad y el lenguaje y la comunicación serán fundamentales como relación parapetada aunque en absolución. Esa puesta en cuestión del Mismo es la base para la crítica que vamos a realizar posteriormente (en otros escritos). “La crítica precede al dogmatismo”[5]. Para nuestro autor Emmanuel Levinas ésta posición es la ética (metafísica y ética para el autor es lo mismo; el punto de partida de la crítica siempre es desde el Otro oprimido).

Nos decía Alexander Von Humboldt, “la puerta del cambio sólo abre desde dentro” y es, según nuestro criterio, la mejor forma de resumir la fenomenología descrita hasta el momento. Por tanto, decimos que la exterioridad es la puerta al más allá que solo se abre desde fuera y por el Otro. El desencantamiento del Mundo es el Otro, es la mano tendida antes de caer al precipicio y, por tanto, será el punto de partida de nuestra crítica.

 El encantamiento del que hablamos es importante aclararlo ya que suena a encanto romántico y se presta a ambigüedad. El encantamiento es como una droga que resigna el pensamiento aunque se lo pretenda ser libre (esa libertad no dice nada más que lo hay, lo positivo vigente. La liberación, en cambio, es una acción de justicia), un credo único que reduce al Otro al dominio del Mismo, por tanto, aniquilamiento del espíritu crítico. Es el suicidio (porque en reino de los seres humanos: “Usted es el camino y la verdad (…)”.) con cicuta que deja una sonrisa en labios, pero mata.

Es el Otro el que en primer lugar me salva del precipicio y de la perdición laberíntica ¿esa deuda de honor y de vida que tengo con él, no será suficiente para buscar justicia?


[1] Franz Hinkelammert, Hacia una crítica de la razón mítica (Hinkelammert, 2007)

[2] Enrique Dussel, Filosofía de la liberación (Dussel, 1996)

[3] Ibid., p. 13 (véase parágrafo 1.1.1.1)

[4] Emmanuel Levinas, Totalidad e Infinito (Levinas, 1997, p. 66)

[5] Ibid, p. 67

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