La razón crítica con respecto a la subjetividad interpretativa de la historia.
Estoy de acuerdo en que la historia, como toda ciencia del espíritu, parte de un sujeto que interpreta. Por lo tanto, no se puede afirmar que haya una verdad última e indiscutible, al menos no sin haber presupuesto un modelo ideal, tal como lo hace la ciencia “dura” (objetos sin rozamiento moviéndose indefinidamente, como supone la física, o conceptos como la competencia perfecta y la autorregulación, como plantea la economía liberal). Sin embargo, tampoco debemos caer en el relativismo, ya que esto daría fuerza a la postura dominante, aquella que posee el «sentido común».
Es en esta dirección que trabaja el pensamiento postmoderno. Citando a Gianni Vattimo, uno de sus máximos exponentes actuales, el filósofo italiano habla de una “razón débil”, no rigurosa ni unívoca como la propuesta cartesiana de ideas “claras y distintas” (que, paradójicamente, se fundamentaba en Dios). Del mismo modo, la ciencia “dura” actual también busca certezas “claras y distintas”, pero en última instancia se apoya en un modelo ideal, una especie de “Dios” al que se adhiere para garantizar su coherencia interna.
A mi juicio, esta postura propuesta por Vattimo cae en un relativismo ingenuo y, al debilitar la razón, debilita también la razón crítica. En este punto, resulta interesante discutir el tema de la analogía.
El postmodernismo toma como referencia el pensamiento nietzscheano: “no hay hechos, solo interpretaciones”. Por tanto, si de antemano se prioriza la interpretación, podemos estar alejándonos del hecho en sí.
En contrapartida, el pensamiento latinoamericano nos dice: hay hechos y siempre están interpretados (generalmente, esa primera interpretación está condicionada por la cotidianeidad dominante. Después de 500 años de colonización, no es extraño que sea así). Por ejemplo, tener hambre es un hecho; la interpretación no suplanta el hecho, sino que orienta el acercamiento al mismo. A tal punto que, aunque haya cientos de intérpretes, cuando el hecho del hambre se prolonga, en última instancia deviene en muerte. La razón crítica es aquella que interpreta el hambre del pobre como producto de un sistema injusto. Otros, tal vez desde un pensamiento calvinista, pueden entender dicho hambre como resultado de la pereza y, por ende, justamente merecida. Sin embargo, el hambre también puede ser causada por un desorden alimenticio o, inclusive, por una huelga de hambre. La razón crítica interpreta el hambre del hambriento como producto de una injusticia, reconociéndolo como víctima. La interpretación no es el principio; el principio es el dolor. Pero interpretar ese dolor como el de una víctima es lo que constituye a la razón crítica.
Esa interpretación puede ser puesta en cuestión, como dijimos: no hay una verdad última, sino que se trata de una pretensión de verdad que puede ser discutida y, eventualmente, refutada. Pero, hasta que no ocurra tal refutación, esa verdad prevalece. Lo más interesante es que, al situarnos en el lugar de la víctima, estamos en el punto de partida para la crítica, y desde esa posición también se define la ética. Como señala el filósofo alemán Hermann Cohen: el método de los profetas de Israel consiste en situarse en el lugar del pobre y, desde allí, diagnosticar la patología del Estado.
Trasladado a la historia, propongo lo siguiente: el método del historiador consiste en situarse en el lugar de los oprimidos (los pueblos originarios olvidados, el afrodescendiente en el racismo, etc.) y, desde esa posición, diagnosticar la patología de la historia. En este sentido, la historia se vuelve crítica de la historia dominante.
Tal vez alguien pueda realizar una interpretación de la historia aún más crítica, pero siempre profundizando en la defensa del fundamento que es la vida de la víctima. Al decir «víctima», puede que algún grupo haya quedado excluido del relato de la historia crítica que se propone; entonces, ese Otro (excluido) puede ser quien interponga una nueva crítica y nos recuerde la necesidad de recomenzar el proyecto otra vez.