Grados de libertad: equilibrio y utopía

Reflexiones sobre el nacionalismo.

La búsqueda del equilibrio.

Para todo justicialista, la palabra «equilibrio» o «armonía» tiene una singular relevancia. El genio del General lo ha manifestado, de forma expresa o tácita, en reiteradas ocasiones y en diferentes ámbitos: en las relaciones internacionales, en la política local, en la economía y hasta en las relaciones interpersonales que se desprenden de una «Conducción Política».

“El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. La naúsea está desterrada de este mundo, que podrá parecer ideal, pero que es en nosotros un convencimiento de cosa realizable.” J.D Perón[1]

 Lo cierto es que el equilibrio, como propiedad de la determinación de los fenómenos sociales, es sumamente ambiguo. Si ya las grandes categorías como «pueblo» o «Estado», por nombrar algunas, son sumamente ambiguas por su polisemia, resulta aún más complejo analizar lo que es el equilibrio o la proporción como propiedad de los fenómenos sociales, una vez determinados, que se juegan en esas grandes categorías prácticas.

Dicho de otro modo, no se trata solamente de tener una aprehensión precisa de, por ejemplo, el Estado, lo cual ya implica un alto grado de desarrollo, sino de su administración bajo ese equilibrio, esa armonía o esa «tercera posición», que es esencialmente práctica, y que hace cuerpo en su concreción. No tiene nada que ver con una cuestión aritmética, geográfica ni espacial. Es una cosmovisión, una forma de ver, con un sentido auténtico de armonía comunitaria, de amor al prójimo y de realización plena. Es buscar, inclusive en el caos, la preservación de la comunidad, tratando de equilibrar el progreso material subsumido en el progreso espiritual. No implica esto la búsqueda de una paz perpetua, ni mucho menos, simplemente la realización de esa comunidad con todas las prestancias de la condición humana, que, por su existencia misma, es la perfección a la que se anhela, sabiendo que es imperfecta. La otra, la auténtica perfección, porque metafísica, se la dejamos humildemente al único (como interpersonalidad trinitaria) que puede detentarla: Dios y sus manifestaciones.

Es interesante porque el equilibrio invita a buscarlo de manera permanente. A diferencia de la utopía, que no es posible alcanzarla, pero que te invita a buscarla constantemente, el equilibrio sí te permite conjurarlo. No obstante, al igual que la utopía, te mantiene en una búsqueda constante para mantenerlo, siempre de manera imperfecta. En política, este fenómeno suele estar relacionado con la factibilidad, lo «hechible», lo que se puede hacer, siempre determinado por el entorno. Entiéndase entorno, espacialmente hablando, de forma centrifuga y centrípeta porque es también determinado por el espíritu comunitario (que es, metafóricamente, hacia dentro). Aunque tal vez esta definición no sea del todo precisa, para estos fines es más que suficiente. Hacemos especial énfasis en lo siguiente: este equilibrio no es el equilibrio homeostático al que aluden ciertas visiones funcionalistas. Nada más alejado de ello. Este equilibrio se construye en función comunitaria, no se manifiesta como el devenir natural de las cosas para mantener el sistema o statu quo. Es exactamente lo contrario.

La palabra que le haría justicia a este cometido ha sido profundamente bastardeada por la posmodernidad, de manera que usarla implica tantas explicaciones que a veces conviene no hacerlo públicamente. Pero, dado que queremos darle un carácter específico a este escrito y requerimos de cierta precisión, lo haremos: de-construcción[2]. Circunscrita en la posmodernidad, esta de-construcción reformista busca destruir aspectos mínimos, pero exageradamente exaltados ante los ojos, para que el sistema se mantenga como está y la moral no solo se preserve con sus vicios, sino que se deteriore a otros hasta entonces extraños. Es una deformación del concepto original utilizado por el filósofo alemán. Fuera de la posmodernidad, esta categoría se expresa con rigor, ya que se busca una transformación de las estructuras, y solo ahí anida su carácter revolucionario, pero de manera armónica con la comunidad, afirmando permanentemente su espiritualidad.

Dicho de otro modo: no se trata de destruir la casa donde habitamos de manera insolente, dejando a la intemperie a sus ocupantes con la promesa futura de volverla a construir. Tampoco es, como pretende la posmodernidad, destruir parcialmente la casa, dejándole el techo a un metro de altura, es decir, hacerla invivible o indigna para el ser humano que hasta entonces la habitaba y convencerlo de que el cambio que se necesitaba está hecho, y que lo que resta es acostumbrarse. Se trata, más bien, de ampliar inteligentemente esa casa, agregar una habitación, trasladar temporalmente los bienes de un lado al otro para ir ampliando, etc. Ese es el sentido verdadero de la de-construcción: no busca un extremo ni otro; prima el bienestar de quienes habitan en ella. Este último también genera un cambio profundo, tal vez más lento, pero permanente en el tiempo. Son cambios dignos de ser vividos.

En fin, dejemos este tema aquí y guardemos en nuestra caja de herramientas la idea de equilibrio, y sumémosle la de utopía.

Equilibrio y utopía

Las utopías suelen ser importantes e inevitables para el ser humano. De alguna manera lo guían o, como decía un famoso autor uruguayo, lo invitan a caminar. Sin embargo, cuando se transforman en proyectos de vida, o peor aún, en proyectos políticos, no solo comenzamos a caminar, sino también a destruir todo a nuestro paso por la propia imposibilidad de su realización. Como una inversión poética, «se deshace el camino al andar». Por eso, debemos ser sumamente cautelosos con aquellos que predican implantar el cielo en la tierra, ya que probablemente logren lo contrario: el infierno en la tierra.

Habitualmente, estos proyectos ideales parten de un objetivo noble, o al menos de nobles intenciones, cuyo fin último es erradicar alguna asechanza, real o no. Esto surge de visualizar en el horizonte una solución igualmente idealizada. Por ejemplo, nadie puede negar que ciertas ideologías igualitaristas persiguen un fin noble en sí mismas (aunque no necesariamente esa nobleza esté en quienes las promueven ni en sus intenciones, lo cual es otro tema) ante otras ideologías inminentemente injustas o insoportablemente desiguales. Sin embargo, caen en un gran vicio: tienden a abstraerse de la condición humana y, al hacerlo, deshumanizan. Es decir, asumen la perfección de las acciones de un ser humano que, por definición, es imperfecto. Siempre con objetivo en el horizonte y casi como una respuesta contra la tiranía que está enfrente.

Esto puede darse tanto en el planteamiento de la solución («propongo el igualitarismo para acabar con las injusticias promovidas por tal o cual ideología») como en la caracterización o diagnóstico del fenómeno a abordar. Ambas parten de una sincera pretensión de bondad, pero eso no es suficiente, ya que, en este caso, la caracterización es el preámbulo de la acción. Esto es crucial porque no solo podemos proponer una salida utópica que, en cierto modo, opaque al «enemigo» y motive a la acción, sino también realizar una caracterización utópica que conlleve a una acción igualmente impactante para promover su acogimiento.

Cuando alguien dice metafóricamente «se me viene el mundo encima», está invitando a una acción, no importa si para sí o buscando asistencia, pero de gran magnitud, porque percibe que terminará aplastado, metafóricamente hablando. Claro que es importante separar la metáfora de su concreción. Si el mundo realmente se me viniera encima, el problema sería algo más grave a lo que seguramente me estoy refiriendo metafóricamente. Esto es un ejemplo. No es tan simple, en los campos sociales, diferenciar una metáfora de una acción concreta. No solo porque intención del habla no es metafórica sino porque pueden incidir muchos procesos de simplificación, prejuicios, etc. Lo cierto es que, a la hora de analizar la cuestión, es preciso subordinarse a todo el conocimiento previo, tanto teórico como práctico, antes de comenzar ese camino de la proposición o salida. En este respecto, el equilibrio debe ser nuestro mapa nocturno.

Hechas estas aclaraciones, un tanto abstractas pero necesarias, ya que son presupuestos del análisis que a veces nos generan ciertas sospechas futuras, pasemos a un discurso un poco más ameno. Pero, como dijimos anteriormente, con ese mapa nocturno en mano. Comencemos.

Espacio, equilibrio y utopía

Es evidente que el espacio, entendido como geografía, es a menudo el campo de batalla donde los Estados buscan posicionarse estratégicamente, priorizando, en la mayoría de los casos, sus propios intereses. Este teatro de operaciones, por su alto grado de conflictividad, contrasta con el espacio postulado por otras disciplinas abstractas como la física o la fenomenología que nada tienen que ver con el poder. Pues, el análisis que nos interesa es el de esta conflictiva geopolítica.

Los Estados juegan bajo complejos procedimientos impuestos. Por lo general, aquellos Estados predominantes son los que determinan en mayor medida esas reglas ya que tienen mayor poder de negociación e imposición. Inclusive cuando hablamos de imperialismos tenemos un fenómeno donde estas determinaciones son aún más acentuadas. Este fenómeno creo que es innegable. Ahora bien, la historia nos ha demostrado, como una suerte fatalismo histórico, una cosa con certeza: todos los imperios caen.

Esto significa que no hay un control omnisciente y omnipotente, ni siquiera en el caso de los imperios. Sería absurdo considerar que un imperio cae por una sola causa; es más bien un conjunto de ellas, y tal vez una sea la culminante, pero debemos evitar caer en reduccionismos. Por ejemplo, en el caso del Imperio Romano de Occidente, luego de sufrir reiteradas crisis económicas, políticas y una creciente desigualdad social, finalmente cayó en 476 d.C. en manos de los bárbaros. Sin embargo, fueron múltiples factores los que condujeron a ese desenlace.

Es aquí donde retomamos las herramientas antes mencionadas. Por un lado, rompemos con el diagnóstico utópico que nos podría llevar a pensar que, por el simple hecho de ser un imperio, debemos atribuirle características que solo serían posibles en el Reino de Dios. Desprendernos de la utopía en el análisis nos lleva de inmediato al equilibrio. Como suele decirse, nos pone a la altura de las circunstancias. El imperio no es divino, pero tampoco deja de ser un imperio. Su carácter mundano no implica que un pequeño grupo de personas pueda derrumbarlo en cualquier momento, ni tampoco que sea imposible hacerlo de otra manera, pero no con ese pequeño grupo de personas. En este caso, es la inteligencia militar la que emerge. Como en El Arte de la Guerra, el concepto central es debilitar al enemigo si este es más fuerte, en lugar de enfrentarlo directamente. Esto implica que el enemigo es abatible; de lo contrario, nada de lo expresado tendría sentido. Este es el grado de equilibrio que necesitamos asumir de aquí en adelante. Debo señalar que, cuanto más práctico es el ejemplo, más compleja se vuelve la dilucidación de las utopías y la búsqueda del equilibrio.

Grados de libertad

El General J.D Perón ha demostrado la posibilidad de hacer política con todas las contingencias externas habidas en un momento histórico. No interesa tanto aclarar cuáles han sido dichas contingencias, porque lo relevante es que él no las eligió. Pueden ser buenas o malas entonces, como pueden ser buenas o malas hoy o en el futuro. Esa comparación es lícita y necesaria, pero no para este análisis. Este texto va dirigido a un grupo de compañeros justicialistas, por lo cual nos ahorraremos bastante tiempo en ejemplos y explicaciones históricas.

Es claro que los gobiernos justicialistas de la primera etapa estuvieron lejos de tener una visión utópica del alcance de las potencias de su tiempo: el bloque soviético y el bloque estadounidense. Terminada la Segunda Guerra Mundial, con dos claros ganadores, el General afirmó que ambos estaban equivocados. No solo hizo una política en Argentina con esta premisa, sino que la promovió a lo largo y ancho del mundo. Sin embargo, ya en el año 1955, la respuesta de lo que él llamó sinarquía terminó en un bombardeo. Entonces, le quitamos el carácter divino al imperio, y gracias a ello vislumbramos que hay grados de libertad de acción. Posteriormente, observamos que, aunque el imperio no sea divino, sigue siendo un imperio con la capacidad de atacar, ya sea a través de agentes internos o externos, directamente.

En este contexto, es necesario hablar del equilibrio en la geopolítica. Esto no es una guerra permanente, ni la intromisión procede de un agente divino. Por eso, existen grados de libertad. Al igual que un esclavo que intenta escapar, este tiene un grado acotado de libertad, lo que atenta contra su dignidad, y por ello puede hacerlo, tanto por su acotado grado de libertad como por el hastío de su indignidad sufrida. Del mismo modo, quien lo domina puede impedir que lo haga. Hay esclavos que han logrado escapar, así como otros que no han podido hacerlo. Sin embargo, el principio de esperanza permite que, a través de esta, goce de su plena libertad creadora, porque nadie puede quitarle la posibilidad de tener la esperanza. ¡Ay, si no la tiene! Si no la tiene queda condenado. Solo así tiene la posibilidad de ser lo que nunca fue: libre. Y este principio de esperanza, a su vez, activa la racionalidad para su liberación. Acá es donde surgen las grandes acciones individuales como colectivas.

Reduccionismo: sobre la matriz de saqueo

Con la emergencia de los nacionalismos han aparecido espacios con un alto grado de patriotismo, pero también con el vicio de la caracterización idealista o utópica. Asimismo, y por consecuencia lógica, con una dificultad para sentar un equilibrio. Por eso, aparecen diagnósticos que creo pueden quedar bien condensados en esta categoría: matriz de saqueo.

Cuando se habla de matriz de saqueo el énfasis está puesto en las decisiones externas que inciden directamente en el país. Se lo suele definir como “hilos que manejan” desde la cultura a la macroeconomía, llevándose los grandes excedentes y dejando “la caja chica” para la toma de decisión interna, es decir, para la política local. Entonces, esta matriz subordina la política interna a las decisiones externas. Y para salirse de esa relación de subordinación comienzan a exigirse grandes soluciones donde el coraje no es que impulsa la gran medida posteriormente racionalizada, sino que es el coraje por el coraje mismo (o cualquier otro sentimiento desmedido). De este modo, comenzamos a vislumbrar una compleja situación donde el coraje motivado por ese diagnóstico utópico, que como hemos visto tiene el fin de movilizar, comienza a alejarse del equilibrio tan mentado anteriormente, que nos pueden mostrar los grados de subordinación, pero también los grados de acción.

Ante la falta de vislumbramiento de los grados de subordinación es que aparecen acciones que responden únicamente a la completa subordinación. Como aquel torturado que, al introducirle su cabeza en el agua, se desespera y quiere soltarse inmediatamente, “patalea”, por una simple razón: quiere vivir. Y tiene razón. Veamos esto en un ejemplo.

La argentina descapitalizada

Argentina, sumando su sector público y privado, resulta con saldo positivo respecto a los dólares que tiene bajo su poder. Fundamentalmente, es el sector público el que a día de la fecha es deudor, mientras que el sector privado no solo no lo es, sino que es acreedor del mundo. Si hoy estuviera vigente la ley de convertibilidad en oro por dólar, Argentina podría reclamarlo. Claro que el General Perón siempre contaba la famosa anécdota de ir a solicitarle a la FED una onza troy a cambio de 35 dólares, y no obtener nada con ello. Dado que la FED no realizaba tal cambio, se veía obligado a acudir al mercado negro, donde el precio superaba los 45 dólares. El precio era político. El caso extremo de esto es cuando Charles de Gaulle solicitó cambiar sus dólares por el equivalente en oro, y Nixon terminó derogando la caja de conversión.

“La vérité est que vous ne pouvez pas imaginer un autre étalon que l’or.”  Charles de Gaulle.

El ejemplo viene a colación para evidenciar que hay un problema en el sesgo de la acumulación, que es evidentemente financiera. Partimos de la base de que la riqueza solo puede ser generada con el trabajo. Todo lo que no provenga del trabajo, y menos aún el dinero, no genera riqueza por su propia esencia. Hoy, el pueblo argentino atesora una gran cantidad de dólares, que no es riqueza, y, en contrapartida, faltan los elementos que si hacen —siempre como mediaciones del ser humano, última instancia en la generación de riqueza— a la riqueza propiamente dicha: maquinarias, herramientas, etc. Con la excepción del territorio, que en parte sí está en manos de argentinos.

Entonces, hoy tenemos, en su conjunto, un pueblo profundamente empobrecido, pero lleno de dólares. Como quien dice: era tan pobre que solo tenía plata. Es crucial poner al trabajo en el centro de la ecuación y cambiar esos dólares por elementos propio de la producción y el trabajo.
Por eso, al hablar de matriz de saqueo externo se comete un enorme error, un error que está atravesado por un diagnóstico utópico. Las condiciones actuales de la descapitalización son endógenas: los dólares están en manos de argentinos que no creen en sistema actual. Y es totalmente entendible, cuando urge una salida de esa pobreza insoportable que se vive, que aparezcan estos diagnósticos apresurados. Volvemos a lo anterior: ante una gran asechanza, comienzan a aparecer diagnósticos y salidas extremas y entendibles, pero extremas.

Hoy argentina es un país inmensamente rico, pero descapitalizado por la incorrecta toma de decisiones. Es rico tanto en recursos naturales como su riqueza potencialmente acumulada o desviada al sector especulativo. Todos   estos elementos convierten al país en un foco de saqueos, pero por de pronto con potencialidad de uso en el corto plazo por nosotros mismos. Priman, como decía el general Perón, los vectores de materia prima (incluido el petróleo) y alimentos.

Rentabilidad y equilibrio

Entonces, queda claro que Argentina es acreedora de dólares en el mundo. Lo que falta es generar las condiciones para que ese capital regrese al mercado (entendido positivamente) y podamos salir del vector especulativo, dirigiéndonos hacia un vector basado en el trabajo y la producción. Son dos enfoques diametralmente opuestos donde uno predomina sobre otro.

Por eso es sumamente importante la regulación en la Pampa Húmeda. El diferencial que encontramos en ese sector, en comparación con el resto, es incomparable. Esto genera una economía altamente disociada y desordenada. Por eso, la discusión sobre la regulación en la Pampa Húmeda va más allá del tema de la deuda. Es importante recordar que el espacio Principios y Valores propone un aumento significativo en las retenciones, acompañado de una ley de arrendamientos rurales, con el fin de iniciar los pagos de las obligaciones contraídas con el FMI.

Nuevamente, recordemos que Argentina es acreedora de dólares en el mundo. Entonces, el pago de la deuda, además de ser una necesidad imperiosa por las condiciones que impone, genera algo mucho más relevante que el simple cumplimiento con el pago de la deuda: el equilibrio en ese diferencial de productividad con el resto de las empresas argentinas. Este es el elemento crucial en esta discusión, ya que, de alguna manera, «desinfecta» el aparato productivo del vector especulativo-rentístico. Esto hace que el trabajo vuelva a ser el vector de desarrollo. Ante esa posibilidad, la deuda pierde sustancia. Además, en un gobierno peronista, nunca se subordinará el trabajo al pago de la deuda, como objetan algunas visiones economicistas, que no comprenden del todo la dinámica económica en profundidad y se pierden en aspectos dinerarios. Se enfocan en la especulación y pierden de vista que lo importante es volver al trabajo. Eso implica dignidad, conocimiento, un ejemplo para las futuras generaciones, etc. No destruimos nuestra casa, la construimos lentamente.

Una visión ingenua que omite los pagos generados a través de los intereses no solo no resuelve la parte material en su conjunto (aunque sea partiendo de un sector), por priorizar el sistema financiero y no tener un ancla en el aparato productivo, sino que también ignora los aspectos espirituales que vienen por añadidura con el trabajo.

Esto no implica que el diagnóstico y la salida propuestas sean el reino de la gloria. De ninguna manera se puede caer en tal arrogancia. Todo lo propuesto puede ser mejorable, pero el centro de la reflexión radica en la necesidad de diagnósticos no utópicos y necesariamente equilibrados. En ese nivel, la discusión puede ser proficua y exitosa. Fuera de ello, podemos obtener consecuencias no deseadas o de alto impacto. Y recordemos la frase inicial: “El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad”.

Otros sectores, misma matriz

Otro ejemplo que suele mencionarse está directamente relacionado con el sector de la pesca. Se hacen estimaciones —que no he corroborado, pero que doy por buenas— de que se pierden alrededor de diez mil millones de dólares anuales en ese sector por no explotarlo adecuadamente. Sin embargo, en ningún momento se discute el precio del gasoil y a qué nivel debería estar. En nuestras estimaciones, el precio debería rondar los 60 centavos de dólar por litro. Esto claramente es una decisión política. El precio del petróleo puede ajustarse en función de una decisión política interna. Luego, el propio mercado, con buques factoría argentinos, iría en busca de esos recursos. Esto implica generar las condiciones previas necesarias para el desarrollo del sector pesquero. Además, también implica entender que el mercado no es en sí una cuestión del liberalismo ni mucho menos del neoliberalismo. Hay que romper esos prejuicios y entender que el mercado dentro de una cosmovisión justicialista no tiene nada que ver con una cosmovisión liberal u otras, pasa a ser un mercado justicialista. Pero esto es lo que debe quedar en claro: el precio del gasoil es una decisión soberana. Se toma o no se toma.

Cuando YPF fue gestionada por REPSOL, el gasoil era mucho más barato que después de la nacionalización del 51% de las acciones de YPF en 2012, cuando pasó a manos de Galuccio. No estamos sugiriendo que REPSOL deba volver a controlar YPF, ni mucho menos. Lo que queremos señalar es que, independientemente de quién tenga el control, la decisión final del Estado argentino es de orden superior. Esto se ha demostrado en innumerables ocasiones.

Es un grave error pensar que los problemas económicos del país se deben a que son manejados desde otro país o que han implantado una matriz de saqueo sin hacer ningún tipo de matiz en el análisis. Con ese diagnóstico, es difícil encontrar una salida para Argentina. Es una postura que inmoviliza y reduce nuestra capacidad de acción. Parece la segunda fase de una leyenda negra en la que los ingleses siguen saliéndose con la suya: hacen creer al mundo que las decisiones aún las toman ellos. Esto genera un diagnóstico tan utópico y una salida tan desequilibrada que, en lugar de fomentar un diálogo orientado a la acción, convierte la conversación en una charla ociosa. Recordemos que la leyenda negra española, a menudo defendida en exceso, tuvo una gran promoción por parte del anglosajonismo, para evitar cualquier acuerdo entre los pueblos. Parece que estamos en presencia de un dispositivo semejante.

Conclusión

Es imperioso realizar análisis equilibrados que nos proporcionen las herramientas para ampliar nuestra visión sobre la complejidad de las relaciones geopolíticas. No debemos caer en visiones simplistas, donde se cree que solo un puñado de personas controla el orden global. Además, al imponer esa visión, pareciera que el resto de los acontecimientos del mundo carecen de relevancia.

Estas posturas que conducen a la inacción chocan con otras, como la justicialista, que promueven la idea de que los pueblos son protagonistas y que su acción puede cambiar la historia de manera contundente.


[1] Véase J.D Perón, Capitulo XXII de “la Comunidad Organizada”.

[2] Véase M. Heidegger en “Ser y tiempo”.