Las puertas del cambio
“La puerta del cambio solo se abre por dentro”.
El mundo objetivo en el que se mueve la ciencia es una conclusión teórica derivada de una experiencia fundante que, como nos indica Franz Hinkelammert, es una experiencia de vida o muerte. Esta afirmación no es menor. Así, tal abstracción (la objetividad) como un a priori de la experiencia suprime la vida y la muerte.
La experiencia es un hecho tangible (como golpearse la cabeza o abrirse una herida), por lo que no todo se sitúa en el plano de las interpretaciones, aunque dicho hecho ya esté interpretado en el momento de la experiencia. Profundicemos en esta idea.
Para entender mejor lo mencionado, utilizaremos el discurso filosófico de la filosofía de la liberación en referencia a la fenomenología. Comencemos hablando de una categoría de categorías: el Mundo (Welt).
Según M. Heidegger, el Mundo es lo que Gerald Edelman y Giulio Tononi llaman el «presente recordado» (sujeto a la conciencia de orden primaria) y el «divorcio del presente recordado» (sujeto a la conciencia de orden superior). Es una totalidad de experiencias que incluyen la capacidad de crear conceptos del tiempo pasado y futuro. Heidegger presenta el Mundo como una «totalidad de Entes con sentido», el horizonte cotidiano que habitamos.
Cuando nos referimos a «Entes» en el sentido husserliano, no hablamos de un acceso directo a la cosa real, sino de fenómenos (como se manifiestan, ya sea como pura apariencia o como son realmente). Estos fenómenos son Entes con un cierto sentido y, como diría Edelman, su comprensión ocurre a nivel neuronal. El fenómeno se manifiesta en el cerebro, pero no es solo una cosa, salvo para un materialismo ingenuo. Asimismo, al mencionar «Ente», no siempre nos referimos a una cosa real; puede ser un Ente de razón (como un ángel), que puede ser representado artísticamente.
En la filosofía de la liberación, la totalidad de cosas reales se llama Cosmos. Aunque el conocimiento del Cosmos sea una deducción teórica producida por un cerebro inteligente, no se suprime su existencia. No somos idealistas. Cuando el sujeto experimenta el Cosmos, lo hace desde el Mundo; es decir, desde el sujeto cognoscente, el mundo precede al Cosmos. Por tanto, el sujeto no experimenta ni podrá experimentar la totalidad del Cosmos, sino que lo hace en pequeñas fracciones a lo largo del tiempo. A esta denominación del Cosmos en el Mundo le llamaremos Universo.
Así, el sujeto comprende la totalidad —el Mundo como totalidad de Entes con sentido— y se encuentra “dentro” de él. Esto actúa como un todo a priori que sirve de base para su interpretación inicial sobre el Ente que se le presenta. Esto le permitirá descubrir el sentido de la cosa y, posteriormente, direccionar (constituir el sentido) según sea un proyecto u otro.
Sin embargo, retomando a Hinkelammert, cuando nos referimos a la Cosa como algo real e independiente del sujeto (lo que él llama el mundo objetivo), lo hacemos necesariamente desde la subjetividad. La Cosa aparece como Ente en el Mundo. Por ende, la objetividad es de un tercer nivel, ya que cuando se toma algo como objeto de estudio, ha aparecido previamente como Ente dentro de un Mundo que le otorga sentido. Aquí argumentamos que la objetividad se convierte en abstracción (si se toma como un a priori), siendo producto de un cerebro inteligente que nos permite teorizar lo ya experimentado, en lugar de experimentar lo teorizado como un a priori. No es como proponen Edelman y Tononi, que a veces el comprender como teoría antecede al hacer; más bien, el comprender como teoría es siempre una reflexión teórica a posteriori. Por tanto, la teoría no puede ser anterior a la experiencia (además, sin vida no hay teoría, y la muerte es, entre otras cosas, el final de la teoría).
Cuando hablamos de objeto a priori, lo analizamos desde el YO del ego cogito cartesiano, lo que nos lleva a fetichizar el mundo. Abordar el objeto desde el Mismo supone una ruptura con la ingenuidad del objeto como Cosa real o con la absolutización del Yo pienso. Esto ofrecería un panorama diferente, aunque no suficiente. Aclararemos el tema en el siguiente apartado.
La puerta del cambio solo se abre por fuera.
En esta primera aproximación, hemos recorrido brevemente la ontología, que es importante si se la sitúa respectivamente, pero resulta ser una justificación de la guerra si se la considera como una relación primaria, ontológica o de dominación.
El encantamiento (fetichismo) de la ontología (por ejemplo, el apriorismo de la objetividad) por parte del sujeto cognoscente se desvanece al aparecer un Rostro, ya no un Ente que puede ser subjetivado y objetivado, y, por ende, reducido al entendimiento del Mismo. Este último incluso puede llegar a fetichizarse en su mismidad, afirmándose como un Yo idéntico que niega el “para Sí”, lo que podría llevarlo a buscar el camino del desencantamiento. Se afirma en apostasía, negando sus propias alteraciones y consagrándose como homónimo.
El Mismo es cuestionado por un rostro que pone en cuestión toda la magia del entendimiento, rompe el cuarto de cristal en el que cómodamente piensa.
La cuestión ya no se presenta como Entes que aparecen y son determinados por el Ser, sino que debemos hablar de un Ente sin espesor de Ente, que no se revela en el Mundo, sino como Otro. No hay des-cubrimiento, sino epifanía. Este es el fin del encantamiento del Mundo como totalidad totalizada y totalizante: Exterioridad.
El Otro no es un mero Ente o Cosa con sentido que aparece y que se puede describir y utilizar, sin deshumanizarlo (y antes deshumanizarse el Mismo) para luego alienarlo. ¿Cómo es posible que el Ser, al trascender al objeto cuando es Otro, se convierta en objeto?
Esto no es posible. Decimos que el Otro, en relación con el Ser de la ontología, es Metafísico. Por tanto, no hay posibilidad de reducir la distancia entre el Mismo y el Otro; no se pueden acoplar, y por ende, no es posible ni subjetivar ni objetivar al Otro, ni abordarlo como lo hacía la fenomenología. El Otro no retorna al Mismo, sino que lo cuestiona desde un afuera, como exterioridad. El lenguaje y la comunicación serán fundamentales como relación parapetada, aunque en absolución. Esta puesta en cuestión del Mismo es la base para la crítica que realizaremos posteriormente (en otros escritos). “La crítica precede al dogmatismo”. Para Emmanuel Levinas, esta posición es la ética (para él, metafísica y ética son lo mismo; el punto de partida de la crítica siempre es desde el Otro oprimido).
Alexander Von Humboldt nos decía: «la puerta del cambio solo abre desde dentro», lo que, según nuestro criterio, resume la fenomenología descrita hasta ahora. Por tanto, afirmamos que la exterioridad es la puerta al más allá que solo se abre desde fuera y por el Otro. El desencantamiento del Mundo es el Otro, es la mano tendida antes de caer al precipicio, y será el punto de partida de nuestra crítica.
Es el Otro quien, en primer lugar, me salva del precipicio y de la perdición. ¿No será esa deuda de honor y de vida que tengo con él suficiente para buscar justicia?
[1] Franz Hinkelammert, Hacia una crítica de la razón mítica (Hinkelammert, 2007)
[2] Enrique Dussel, Filosofía de la liberación (Dussel, 1996)
[3] Ibid., p. 13 (véase parágrafo 1.1.1.1)
[4] Emmanuel Levinas, Totalidad e Infinito (Levinas, 1997, p. 66)
[5] Ibid, p. 67