Cristianismo y Cristiandad
La raíz cristiana del pueblo latinoamericano, ya sea que se crea o no, es determinante y constitutiva de nuestra cultura. Por tanto, tratar el tema de la teología de la liberación es fundamental para comprender incluso el mundo aparentemente secular de hoy.
A grandes rasgos, podemos decir que el cristianismo del primer siglo, el del Fundador, ha sufrido dos grandes inversiones a lo largo de la historia. En primer lugar, el papel que ha jugado el cristianismo primitivo es crucial; su fundador fue crucificado bajo la jurisdicción romana, no por cargos religiosos (no fue apedreado, como era costumbre en el derecho judío), sino crucificado de acuerdo con el derecho romano. Se dice que Espartaco, aunque no es seguro, fue crucificado a lo largo de la Vía Apia (62 km) hasta Capua, aunque también se habla de una muerte en combate. Lo que sí es seguro es que 6000 prisioneros adultos de su ejército sufrieron esa condena, no por cargos religiosos, sino políticos.
Ya en el siglo IV, con el surgimiento del Imperio Romano bajo Constantino, el cristianismo, que ya había tenido gran proliferación y aceptación, fue decretado como tolerado en el imperio por el Edicto de Milán en el año 313. En el año 380, bajo el Edicto de Tesalónica, el emperador Teodosio decretó el cristianismo como la religión del Imperio Romano. Paradójicamente, aquel pensamiento esgrimido por el Fundador del Cristianismo, por el cual fue condenado, pasó de ser perseguido y reprimido a ser el fundamento del imperio, es decir, la religión del imperio. Algunos historiadores dicen que el Imperio se cristianizó; nosotros diremos que el cristianismo se imperializó. A esto lo llamaremos la primera inversión.
Por otro lado, volviendo a Latinoamérica, podemos situarnos en 1492 con el mal llamado “descubrimiento de América”, donde se inició la conquista de los nativos. El pensamiento de la cristiandad (cristianismo invertido) y la filosofía griega sirvieron de fundamento y justificación (encubrimiento del pecado), es decir, proporcionaron tranquilidad de conciencia a los conquistadores ante la conquista político-económica y, con ello, a la aniquilación del mundo mítico de un pueblo para la inyección de otro. A este momento le llamaremos la segunda inversión, pues tenemos una Cristiandad que no solo justificó un imperio, sino que ahora justificaba un imperio con colonias.
Citemos un texto de Bartolomé de las Casas:
“[…] después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y las mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas.”
A los hombres se les sometía al trabajo esclavo en la mita y la encomienda, y si tenían suerte, simplemente eran asesinados. En cambio, las mujeres y los niños eran dejados con vida: las mujeres eran consideradas útiles para el abuso sexual, mientras que los niños eran evangelizados, lo que representaba una forma de dominación pedagógica. Así, se introyectaba la Cristiandad que perdura hasta nuestros días.
Sin embargo, es importante señalar que muchos curas de la época se dieron cuenta de las graves injusticias a las que eran sometidos los indígenas. Estos defensores de los indios fueron los que iniciaron la crítica a la Cristiandad (cristianismo doblemente invertido) desde la perspectiva del cristianismo del primer siglo. Aunque muchos curas arriesgaron su vida para defender a los indígenas, su intención no era promover sus creencias, sino evangelizarlos de manera pacífica. Bartolomé de Las Casas afirmaba que el único modo de predicar la verdadera religión era “con argumentos racionales y ejemplo de vida”.
Es fundamental regresar a la esencia del cristianismo de los primeros siglos, que defendía a los pobres. Si Dios es es el Dios de todos, entonces debe tener una preferencia por los pobres.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque es de ellos el reino de los cielos” Mateo 5:3-11.